No había muerto

30 de abril de 2000.

Me asomé al acantilado de una roca que se alza sobre el mar. Tantas veces había contemplado aquel paisaje. Una vez más mi boca se llenó de viento y de sal.

Miré al cielo tan azul e infinito, iluminado por un sol rojizo, casi de sangre. Me emocionó la milagrosa maravilla de la creación que hablaba de vida y corazones palpitantes. Oía la voz del dios de los arrecifes y de las olas. Vi la luz que en sus entrañas lleva la voz de las constelaciones y clamé al gran dios de la fuerza vital que todo lo anima. Sentí que Aquel que varios días estuvo sepultado en realidad no había muerto.

Con la voz de quien aspira y ama grité: ¿Dónde está mi Dios, el que del lodo de la tierra hace brotar el trigo?

Y oí dentro de mí: “Estoy contigo y estoy en ti y por ti. Porque yo soy el Todo”. C.00

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