Con los cinco sentidos

Ayer 13 de Abril de 2019, celebramos el día internacional del beso.

¡Qué manera tan sensual de mostrar nuestros sentimientos de amor, cariño, ternura, deseo, pasión ! De expresar la amistad, la complicidad, la atracción incluso nuestra conformidad en pensamiento a la otra persona. A veces, es  un gesto de respeto, un saludo , una costumbre ancestral e incluso forma parte de un ritual. En cualquier caso besamos en un suave contacto cuerpo a cuerpo con esa parte tan íntima que poseemos como son los labios. 

«Con los cinco sentidos» de mi abuela, recordamos uno de los besos que han dejado huella : el beso de fraternidad, igualdad y solidaridad entre los dos líderes comunistas de la Guerra Fría, Leonidas Brezhnev (URSS) y Erich Honecker (RDA) en el año  1979 cuya imagen daría la vuelta al mundo en cuestión de días y que los comunistas lo llamarían «el beso fraternal».( Foto visita de mis padres al East Side Gallery, muro de Berlín. 2018   «Mein Gott hilf mir diese tödliche liebe zu überleben»)

 

30 de noviembre de 1997.

Cada vez que usamos los sentidos, cada vez que olemos, que miramos, cada vez que apreciamos los sonidos con el oído, cada vez que degus­tamos las delicias que nos llevamos a la boca, no sabemos apreciar del todo la suerte inmensa de que disfrutamos día a día. De todos los sen­tidos, parece ser el tacto el que más nos acerca a los demás. La mano extendida ante alguien que tenemos delante es el signo que más evi­dencia el saludo de paz.

La mano se lleva el primer contacto físico del que dependerán los co­mienzos de la simpatía o del rechazo. Es la piel de unos y de otros la que interviene en esos comienzos. Es la piel la que enigmáticamente abre la puerta principal de par en par o la cierra para siempre. Con razón se dice que la amistad o enemistad entre dos personas es cuestión de piel. La piel es nuestra envoltura, el aura que nos define. Por eso el sentido del tacto es el más importante de los cinco que poseemos, por ser nuestro vestido envolvente.

Los ciegos reconocen palpando con las palmas de sus manos, con las mejillas y hasta con los labios. Sin casi darse cuenta, las madres pe­gan a su propio cuerpo el cuerpo de sus hijos, lo aprietan, se lo comen a «besos». De mayores seguimos cultivando ese contacto físico, y por eso acariciamos, «besamos» y a la vez ansiamos que alguien recorra nues­tra piel con afecto, sin temor a resultar cargante, sin temor a que se convierta en algo más de lo que es pura expresión de amor.C97

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