5 de agosto de 2022.
Como una apasionada de Estrella Montolío, este verano tan especialmente caluroso, me ha traído a mis manos uno de sus libros «Cosas que pasan cuando conversamos». Muy apropiado para esta época donde aumentan las reuniones familiares y las celebraciones con amigos así como los encuentros fortuitos en nuestras idas y venidas viajeras donde se establecen intercambios comunicativos que no sabemos lo que nos depararan. Todo depende de nuestra manera de expresarnos, por lo que conocer «las cosas que pasan cuando conversamos y lo que ocurre en nuestros cerebros», es un buen comienzo para que este tiempo estival esté repleto de buenos recuerdos en nuestras relaciones personales.
Y hablando de conversaciones, he querido recuperar uno de los tan magníficos escritos de mi abuela Conchita que se titula «Aprende y Conversa», de 1995. Siendo una gran conversadora, le amenizará en estos días, no dudando que a todos sus lectores también. Familia C.30
28 de mayo de 1995.
Los que no encuentran sentido a su vida y viven aburridos sin imaginar la vida como una apasionante aventura son por lo general quienes viven encerrados en ellos mismos, negados a la comunicación y a la enseñanza que recibimos viviendo abiertos a los demás. Una persona sabe lo que ha aprendido y lo que luego logra combinar diversamente a partir de lo que le enseñaron. De la misma manera que transforma en algo suyo el alimento común, modifica a su modo los datos de la educación, de las lecturas y de los contactos personales que constituyen su cultivo intelectual.
Nunca valoraremos bastante todo lo que podemos aprender de los demás. Tanto o más que las lecturas, nos enseña la comunicación con las personas que nos rodean. Por eso es tan importante comunicarse o simplemente hablar para manifestar lo que cada uno siente, lo que opina, compartiendo las propias opiniones con las de los otros. Es lamentable que para muchos la verdadera comunicación haya pasado ya a mejor vida. Nos cruzamos palabras o frases, pero pocas veces hablamos y nos escuchamos. Rara vez nos sentamos para conversar tranquilamente. Perdemos así la gran ocasión de enfocar la vida no sólo con nuestros ojos sino también desde diferentes puntos de vista.
Me gusta poner atención cuando alguien se acerca a mí y me expone sus problemas o su forma de sentir la vida. Aunque no hiciera más que ofrecer mi comprensión, ese rato de conversación estaría más que bien empleado. Al menos en esos momentos dejaría de sentir vacía mi vida y recuperaría el gran valor de las conversaciones combatiendo mi posible aburrimiento.C.95
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