15 de mayo de 1988.
La pude escuchar ayer en televisión dirigida maravillosamente por Herbert von Karajan. Con su edad tan avanzada, con las manos sarmentosas, afectadas como todo el cuerpo por la artrosis, la dirección fue un espectáculo admirable.
Aunque sea una comparación muy manida, no puedo resistirme a comparar el mundo con una orquesta y con su director.
Para que una sinfonía llegue hasta el oyente, primero tiene que haber un papel pautado en el que las notas aparezcan escritas por el autor con la medida exacta del compás. Luego hace falta quienes sepan llevar a cada instrumento lo que se ha escrito en el papel. Juntamente hace falta una batuta que dirija. Y finalmente hacen falta los oyentes que capten el mensaje de la interpretación.
¡Cuántas horas de estudio ha necesitado el director que, delante de su atril, levanta y baja sus manos con aire de paloma para dejar en nuestro espíritu una cadencia de paz! ¡Cuántas horas ha necesitado cada uno de los artistas que forman la orquesta hasta lograr el perfecto sonido de su instrumento!
Imaginaos un mundo sin proyecto, sin un director preparado, ignorante de la medida, incapaz de comprender la función que cada instrumento tiene que desarrollar.
Imaginad que los componentes de la orquesta no hayan estudiado bien, cada uno, su propia partitura. Imaginaos lo que en tal caso los oyentes de ese concierto desafinado tendrían que soportar.
Sería no una sinfonía, sino una cacofonía, un estruendo de insoportables ruidos que acabaría por ponernos locos.
¿No es el mundo como una orquesta bien dirigida a veces y otras abandonada en total desconcierto?
(C.88)
Deja una respuesta