14 de abril de 1996.
Cuando nunca se ha padecido una enfermedad y de pronto llega el dolor, parece que todo se acaba y te vienen ganas de hacer lo que no habías hecho nunca. Te embarga una inmensa compasión contigo mismo, ya que sientes que las fuerzas empiezan a fallar. Sientes que aún te quedan muchas cosas por resolver, que no has disfrutado bastante, que has perdido casi la mitad de tu vida, porque pensabas que ya llegaría el día en que reposadamente podrías resolver todo lo que te habías propuesto.
Y te llenas de tristeza. Buscas alivio en todo lo que te rodea y desesperas porque con frecuencia no logras encontrarlo. Te sientes como en una sala de hospital rodeado de enfermos terminales que saben que su vida está llegando al fin y se preparan para tomar el tren de ida sabiendo que no habrá viaje de vuelta. ¿Esperan algo diverso? Se dice, que la esperanza es lo último que se pierde, pero ¿es verdad?
Hoy me han venido a la memoria recuerdos de cuando era joven y mis hijos me veían con una gran fortaleza en la que siempre podían apoyarse. Entonces no había camino que me pareciera largo ni obstáculo que me impidiera hacer cualquier cosa que ellos me pedían. Pero ya se van acabando esas fuerzas. Ahora tengo que buscar en sus brazos el apoyo que anteriormente ellos tenían siempre en mí. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se va destruyendo la vida? ¿Por qué se esfuma la fortaleza y te vienes abajo? Y pienso: ¡qué largo era aquel camino! C.96
Que bonito, seguro que nos llega ese día, hay que estar preparados y sembrar todo lo que podamos.
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