11 de julio de 2020.
Durante la semana pasada en los medios de comunicación hemos vuelto a disfrutar de las melodías de un sinfín de bandas sonoras compuestas para el cine de un genial compositor que había sido galardonado el pasado 5 de junio con el Premio Princesa de Asturias de Las Artes 2020 por haber enriquecido “con su talento cientos de películas’. Novecento, Días del cielo, Cinema Paradiso, La Misión, Los intocables de Elliot Ness, Malena ………..
Enio Morricone (Roma, 10 de noviembre de 1928, 6 de julio de 2020) nos contó lo que había significado la música en su vida y la ilusión que sentía por viajar a Oviedo en octubre para recoger el premio. Tristemente no ha podido cumplir este sueño pues una caída ha decidido llevárselo de nuestro lado, aunque su personalidad ha quedado impregnada en cada una de sus creaciones de tal manera que le han hecho llegar a la categoría de omnipresente. Su magnetismo perdurará cada vez que escuchemos la belleza de su música plagada de sonidos en acordes y arpegios entrelazados y pausados en vacíos de silencio, reflejo de sus emociones, de su sentir, de su «don interno».
Si me ha mantenido mi enamoramiento cada vez que escucho su música, sus últimas palabras escritas en una carta dedicadas especialmente a su esposa, Maria Travia, me han convertido en una fiel admiradora no sólo de su arte sino también de su enorme y sensible corazón: «A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar. A ella es mi más doloroso adiós”. Familia C.30
12 de febrero de 1995.
Acordes son sonidos combinados con armonía. Arpegio es una sucesión más o menos acelerada de los sonidos de un acorde. Hay que ser inteligente, tener buen gusto e instinto interpretativo para que la música producida por acordes y arpegios logre magnetizar a quien escucha. Hay que poseer dominio absoluto del oficio. Si además se posee equilibrio y resistencia física, estaremos ante un singular artista.
La técnica es un don interno, una capacidad cerebral que no tiene nada que ver con la mecánica que puede adquirirse con un entrenamiento diario del instrumento. Quien posea facilidad para interpretar, pero no esté dotado de verdadero temperamento musical, podrá solamente asombrar a gente poco preparada, con obras fáciles, interpretadas con brillantes trucos de todos los colores. No conseguirá la expresión espontánea, pues exige dominar la estructura de la composición para poder imprimir personalidad a la interpretación. Esa personalidad no se ve, pero en el artista verdadero está omnipresente.
Pocas cosas hay en el mundo artístico tan bellas, tan conmovedoras como la autenticidad de una ejecución, de una voz, tras las que sin más descubrimos una sincera personalidad. Creo que hay un mundo en cada artista. Por eso no existe fórmula mágica ni para el oyente ni para el intérprete. Es una relación en la que el gusto, la simpatía, las afinidades de temperamento son los únicos árbitros.
Hay que ser honesto y saber oír o mejor dicho saber escuchar a fondo, intensamente, como si lo que se va a oír se oyera por vez primera. No comparar, porque no hay dos artistas iguales. No comparar, teniendo en cuenta en todo momento que la nota predominante del artista es producir deleite. C.95
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