9 de julio de 2020.
Esta reflexión de mi abuela me proporciona una manera de representar el camino que hemos realizado durante el confinamiento con «ese juego» que describe y que a la vez me trae inolvidables recuerdos de mi niñez de diversión y entretenimiento. En su tablero en forma de espiral con 63 casillas con dibujos, cada participante lanzaba dos dados y con su ficha se iba desplazando por las casillas.¡Qué manera tan sencilla y a la vez mágica de unirnos a toda la familia donde el personaje protagonista daba su nombre:» la Oca.»
La gran diferencia con aquellos recuerdos infantiles, es que hemos vivido un tiempo de espera, de preocupación, de ansiedad, sin disfrute : Cuando caíamos en la posada teníamos que quedarnos quietos un turno sin jugar, o en la cárcel de la que no podíamos salir hasta que otro jugador cayera y nos rescatara. Mientras tanto, observábamos cómo la vida seguía fluyendo a nuestro alrededor, en esos días donde las malas noticias nos llenaban de tristeza y de impotencia al no poder hacer ningún movimiento. Y cuando caíamos en el laberinto surgían momentos en los que retrocedíamos lo ganado. Pero lo peor de todo era caer en la calavera. ¡Cuántos de nosotros hemos perdido un ser querido o nos hemos visto enfermos , afectados por este virus maldito Covid 19!
A pesar de estos obstáculos, hemos comenzado a recobrar la esperanza de aterrizar en la oca, con la confianza de tener pronto una vacuna que nos haga decir disfrutando en voz alta ¡De oca en oca y tiro porque me toca! entonces saltar hacia delante a ese espléndido castillo seguro y embellecido con su jardines abandonando esta incierta y dolorosa situación. Familia C.30
28 de noviembre de 1999.
Hay un juego de mesa en el que, según el número que aparezca en el dado, se debe pasar por diversos castigos, como caer en “la cárcel” o en “el laberinto”, donde se te obliga a estar parado hasta que otro jugador te saque de la “muerte” o del “pozo”.
Lo bueno del juego es aterrizar en “la oca” y así saltar a otra casilla, en la que te espere otra “oca” y de esta forma llegar al final del tablero, donde un gran castillo abre sus puertas al ganador. Los niños se emocionan y arman gran escándalo, cuando pisan con la ficha la “oca”, porque saben que algo bueno les espera.
La esperanza es siempre protagonista en nuestra vida. A veces la despreciamos, pero volvemos a ella cada vez que tropezamos con una dificultad. La miramos como algo que se nos escapa, que está más allá, en el lugar en que se encuentra agazapada la felicidad. De este modo convertimos la vida en una empresa triste, dejando el gozo para el otro lado, ese lado desconocido en el que muchos depositan su forma de vivir. No creo que el Maestro pintase un mundo envuelto en tristeza, por el que no tenemos más remedio que pasar. Evidentemente, Él pensaba que la gran dicha está más allá de la otra orilla de nuestra vida, pero nunca negó que aquí, en la tierra, estén ya las raíces de ese árbol ideal.
La esperanza no debe ser una nostalgia romántica que nos conduzca directamente a la gloria. Me la imagino como una escalera que nos lleva a un lugar espléndido, parecido al castillo del juego en que los niños disfrutan cuando a voces repiten: “¡De oca a oca y tiro porque me toca!”.C.99
Deja una respuesta