El jueves pasado asistí a un taller que me atrajo a primera vista por su nombre «Miedo a la vida, miedo a la muerte» impartido por el psiquiatra Alejandro Rocamora. Hablamos de lo que dura ,de lo que es eterno,de la finitud del ser humano pues la vida va muriendo poco a poco.
La vida es como un círculo que empieza en el nacimiento siendo el broche la muerte. Lo importante es cómo se vive cada momento pues el presente deja de existir en un segundo. Sin embargo ,aunque el vivir es un constante cambio, si que hay cosas que son perdurables : unas veces agradables a las que nos aferramos y otras desagradables que deseamos desaparezcan ,negando su existencia.
Para mí la búsqueda de un sentido a la vida hace que el sentimiento de estar viva pueda durar y confío, que aunque os cuente que éste es mi secreto, como nos dice nuestra abuela, no va durar tan poco como un gladiolo en verano sino que va a perdurar como el amor que Dios nos tiene dirigiendo eternamente «Su alta mirada a nuestras vidas». Familia C.30
02 de septiembre de 2001.
En esta vida hay cosas tan poco duraderas como un gladiolo en verano. Sin embargo, otras parecen hechas para la eternidad. Es lo que ayer mismo pensaba al visitar la cueva de Altamira, réplica de la original, en la que se pueden admirar los dibujos hechos por quién sabe qué mano, utilizando tierras y carbones con una maestría que es la admiración de los expertos en pigmentación industrial. Hasta una caracola, si no la dejamos caer, puede durar para siempre.
Y un secreto, ¿puede durar? Si hay algo difícil de conseguir es que dure algo que te susurran al oído confidencialmente. No se sabe cómo, pero al poco tiempo de hacer la confidencia, se extiende como un reguero de pólvora cuando le arriman una cerilla. Tan poco dura el secreto, como el gladiolo en verano.
Perdurable es el amor que Dios nos tiene. En la oscuridad de la noche o en la claridad del día invocamos su nombre y está siempre dándonos la mano. Al fallar las fuerzas, cuando las venas se engrosan y las arterias se endurecen, cuando baja el ritmo vital, allí está Él apoyando nuestra débil energía. Cuando le pides su mano en los largos paseos del verano y oyes sus pisadas acompasando las tuyas, sientes cómo su amor te envuelve y acompaña. Y también en la desolación que no se acaba y en la inocencia que termina…
Todo esto pensaba ayer, maravillada ante los dibujos que personas como nosotros eternizaron para siempre en aquellas paredes de Altamira.C01
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