Al leer de nuevo estas esperanzadoras palabras de mi madre dedicadas para tantas personas condenadas en una prisión, me doy cuenta que llevo un tiempo que cada vez que respiro lentamente, poco a poco un aire fresco lleno de oxígeno entra en mi cuerpo y recorre mi interior invadiéndome una sensación de bienestar.
Es entonces cuando me viene una imagen de un ave con sus alas desplegadas volando lentamente en lo alto de un cielo claro y de un intenso azul divisando un inmenso bosque repleto de altos y frondosos árboles y de una verde vegetación que desprende mucho frescor.Y tengo una nueva sensación más placentera que la anterior en ese espacio abierto sin principio, sin final, casi infinito y «un vibrante aleluya» la recibe llamándola por su nombre: Libertad. ¡Qué fortuna me da la vida!Familia C.19
17 de junio de 2001.
En un invernadero las plantas crecen en el ambiente adecuado. Gracias al peculiar microclima, todo se desarrolla de manera tan cierta que, cuando se acaba la oscuridad y despunta la luz del alba, brota en el interior de la nave una explosión de vida. Retumba como un vibrante aleluya a la fecundidad de todos los colores.
Algo similar le ocurre al prisionero en su celda. Día a día va desarrollando en su interior ideas y proyectos para llevarlos a cabo en la hora soñada de su libertad. Si sólo atendiera al sufrimiento moral que supone su encierro, atenazaría su espíritu y disiparía su esperanza.
Necesita un cubículo, un lugar especial para guardar dentro de sí ese microclima que, cuando la oscuridad desaparezca y despunte la luz del alba, hará brotar en su invernadero particular un aleluya a la libertad en todos sus colores. C01
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