25 de marzo de 2001.
Camino del colegio me detenía ante el escaparate de una tienda de golosinas, cuyo dueño desde la puerta me invitaba siempre a pasar. Era una oferta tentadora: bollos envueltos en chocolate, caramelos de distintos colores y sabores. Y además, pipas, chicles, todo lo que en esa tierna edad nos atrae como un imán. Pensaba que, a la vuelta de clase, entraría a comprar alguna de aquellas tentadoras golosinas. Pero, desilusionada, tenía que constatar que mi bolsillo no andaba muy boyante.
En aquel tiempo tenía pocas ambiciones, ya que mi vida se limitaba a estudiar y esforzarme para no “catear” en las asignaturas principales. Sin embargo, aquel escaparate lograba que pensara en algo más que en los dichosos libros. Hoy día aquel recuerdo me vuelve siempre que se me acercan «algunos personajillos de la familia» pidiéndome dinero para comprarse unas “chuches”. ¿Qué tendrán las golosinas para atraer de esa manera a los niños? Imagino que los diversos sabores – fresa, limón, menta, naranja – responden a una especial manera de ser. La fresa enciende la sangre y el corazón. El limón quizá atraiga con su acidez a quien nunca se siente satisfecho. La menta excita la imaginación. Y la naranja…, la naranja es atractiva por su rico dulzor y es la fruta preferida de una persona soñadora y tierna.
Nos empeñamos en conducir, en comprimir, en trocear la vida, a fin de sacarle más partido, sin darnos cuenta de que existen momentos que no se pueden borrar y que volverán a salir a flote de pronto para revivirlos con una sonrisa de complicidad feliz.C01
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