Al leer esta reflexión de mi abuela me vino a la cabeza el siguiente pasaje del libro «Una llamada de amor» de Anthony de Mello:
«Quizás un buen día constatarás que ese mendigo que se acercó a ti , es el que te ofrecía la verdadera limosna de ensanchar tu corazón con la compasión y darle a tu espíritu las alas de la libertad. Y de pronto se hará espacio en tu corazón para quien había sido ignorado y despreciado por los demás y por ti, experimentando un sentimiento de gratitud hacia ese mendigo que de hecho, es tu benefactor» M.19
04 de octubre de 1998.
Comentaba con un amigo sobre un viaje a un país que le dejó perplejo ante la miseria en que allí se vive. Me decía que el nivel de vida es tan bajo y la pobreza tan arraigada que a veces las personas se disputan la comida con las moscas y las ratas.
Siempre he pensado que, para que nuestra vida sea del todo plena, necesitamos leer, viajar, reflexionar. Mi amigo me hizo ver que, no todos pueden leer, ni viajar, ni siquiera reflexionar, porque el hambre les hace dormitar a todas horas, olvidados de las cosas buenas que nosotros damos por descontadas. Oyéndole hablar, comprendí que, cuanto más avanza mi vida, voy descubriendo que las cosas verdaderamente importantes se me escapan de las manos. Sabemos que hay niños desharrapados, que muchas personas arrastran toda la vida la rémora de la pobreza, que hay madres que jamás tendrán para sus hijos un pequeño regalo que alegre su mirada y que pasará muchísimo tiempo antes de que un libro llegue a sus manos.
¿Qué pensamos cuando en nuestro plato quedan restos abundantes, porque ya estamos hartos o inapetentes? ¿Cuántos libros leeremos de los que simplemente adornan las librerías de casa? ¿Cuántas veces, al llegar a estos países más pobres, hemos pensado en algo más que en acomodarnos en un buen hotel?
En muchas ocasiones he soñado con un mágico poder para solucionar los problemas de nuestro mundo. Luego, llego a la conclusión de que solamente Dios puede arreglar esto, sin embargo tengo la esperanza que todos podemos hacer, desde nuestras posibilidades reales, que nadie tenga que pelear su comida con las moscas y las ratas. Quienes leemos, viajamos y -¡cómo no!- reflexionamos, no podemos olvidar a cuantos viven en la indigencia, aunque muchas veces sintamos pocas ganas de dar nada o casi nada.C.98
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