Como una Estatua de Sal

27 de agosto de 2000.

He observado con cierta complacencia,  cómo un pescador armado de paciencia deja que la tranquila corriente se lleve su anzuelo.

Creo que pescar, por el puro placer de estar sentado  o de pie contemplando el agua, es una de las más limpias formas de “filosofía deportiva” que podemos encontrar. El pescador goza del paisaje, acariciado por la fresca brisa junto al río, por el frescor del agua que se va, caminito caminero, hacia el mar.

De vez en cuando pica un pez, pero para el pescador eso es lo de menos. Se diría que lo más importante es poder fustigar de vez en cuando con su látigo engañoso la superficie del agua y, después, contagiarse de «la paciencia y sabiduría » que trasmite el lento correr de las aguas y de las horas.

¿En qué piensa el pescador?  Quizá no piense en nada y sencillamente se deja envolver poco a poco por la soledad del paraje escogido para ponerse a ritmo con la naturaleza. Será ese placer extraño lo que le hace permanecer horas y horas inmóvil, como esos actores de mimo que se plantan en medio del bullicio de la ciudad. Como imperturbables estatuas humanas. Como la mujer de Lot que cediera a la seducción de una Sodoma con aletas y agallas. Sólo de vez en cuando nos sorprende un movimiento de la caña, suave o enérgico, que con una magia especial sabe manejar todo pescador avezado.C00

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