Hablar de viajes

25 de abril de 1999.

De todos los viajes que uno tiene obligación de hacer, el más importante, es el que nos conduce al interior de nuestro corazón. Se trata de un viaje a la vez corto y larguísimo, fácil y al mismo tiempo dificilísimo, cómodo, pero con muchos tropiezos. Pocas simas más profundas y oscuras que las de nuestra propia alma. Por algo la mayoría prefiere deslizarse fácilmente por la vida sin el valor para descubrir quienes somos verdaderamente. Quedaríamos muy sorprendidos, si nos atreviéramos a descender con una luz hasta el fondo de nuestro interior.

Vamos a ser sinceros. Muchos de nosotros tal vez hemos llegado a los treinta, a los cincuenta, a los sesenta años, sin aclararnos quiénes somos y a dónde vamos. Si tuviéramos claras las respuestas a esos interrogantes, ¡qué valor tan distinto daríamos a las horas de nuestra vida! Por desastrada y vacía que pueda parecemos, en toda vida quedan resquicios de verdad, esquirlas de fe o de entusiasmo que serán siempre buenos cimientos para reconstruir, ya que toda reconstrucción del alma empieza desde dentro y, aunque seamos nosotros quienes damos los primeros pasos, siempre está la mano de Dios para ayudarnos y orientarnos.

No es fácil fabricarse de nuevo el alma. Sabemos, que hemos de bajar al fondo de un abismo, aunque al bajar tengamos que dejarnos tiras de nuestra piel. Pero bien vale la pena ese viaje al fondo de nuestro corazón, a fin de regresar a la superficie, llevando en la mano «un manojo de fragmentos de alma» que quizá nunca habíamos sospechado que pudieran estar allá dentro olvidados.C99

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