31 de diciembre de 1995.
Al dar esta noche las doce, abriremos una historia en doce capítulos que vamos a llenar día a día, hora a hora. Ningún minuto de esta historia que empieza volverá a repetirse. Hay que aceptarlo así y por eso es bueno recordarlo en esta Nochevieja del año 1995. Después, sabrán mejor las copas con las que borraremos todo lo que deja el año de triste y desagradable.
A este año nuevo, cuyo aroma empezamos a percibir, nos gustaría pedirle que nos comunicara entusiasmo por la vida y nos abriera a todas las ilusiones. Sabemos que llegarán también momentos que nos herirán, es mejor ni pensarlo. Es mejor no adelantar esos días en que seguramente nos veremos desconcertados por tanta pesadilla, entre luces repentinas, sombras y penumbras. Más vale adelantar esos días en que vamos a encontrar AMOR, con mayúsculas. Claro que chocaremos con la gente de siempre; pero es mejor soñar esos otros encuentros con quien suele aparecer de pronto, por sorpresa, en medio de la rutina de cada día. Nos absorberá el ritmo pesado del trabajo diario; pero en medio aparecerán muchas compensaciones. Los días que vayan pasando en el calendario ya no serán nuestros, pero caerán con el gozo de haberlos disfrutado.
Ante «este agua sin vuelta, que es el Nuevo Año», mantendremos despierta esa tentación tan bella que es el entusiasmo por la vida y debajo de los posos, en el fondo de nuestra copa, alcanzaremos a ver a Dios. (C95)
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