El pasado 19 de diciembre , hace ya un año nuestro gran amigo Pepe nos dijo un adiós. Durante este tiempo no deja de acompañarnos recordando sus ojos, su sonrisa, su peculiar tono de voz en su sabia conversación, sus escritos.
Te dedicamos esta reflexión que un día mi abuela escribió tal vez pensando en algún amigo que cómo tú un día de 1997 le tocó partir. Te regalamos nuestra visita en este otoño a uno de tus lugares preferidos….
16 de marzo de 1997.
Sucede todos los días y, sin embargo, siempre nos pilla de sorpresa como algo insólito, que no debió suceder. Me refiero a la muerte de alguien que rebosaba vitalidad viviendo y soñando a nuestro lado. Nos sorprende, porque nos empeñamos en olvidar que» vivimos muriendo». «Vida y muerte van tan unidas que parece no tenemos tiempo para distinguirlas bien». O que nos empeñamos en no madurar, en seguir siendo niños que oyen hablar de la muerte como de algo ajeno, como si fuera una entidad desconocida.
Volvemos a la casa de quien tan pronto se fue y sentimos un impulso para quedarnos allí a esperarle . Se alejó de nosotros, pero también quien se fue volverá a vivir entre nosotros, entre los familiares y amigos. Aunque nos empeñemos en mirar hacia otro lado, su presencia se instala de nuevo en nuestra vida más hondamente. Desde fuera parece que se fue, pero en realidad ha pasado a ser el centro de la casa.
Si la vida no siguiese tirando de nosotros con tanta fuerza. Si cada jornada no impusiera de nuevo sus piruetas haciendo tan difícil sobrevivir. Si los niños no reclamasen con sus gritos y sus juegos nuestra atención. Si no fuera por todo lo que nos distrae y nos impulsa a vivir, desde aquel día todo se hubiera paralizado en torno al ausente. Pero él es el primero en invitarnos a distraer la mirada, porque tenemos que vivir.
(C.97)
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