23 de junio de 1996.
Hay conceptos que nunca llegan a variar, costumbres ancestrales que nos hacen permanecer insensibles, como adormecidos. Miramos con cierta conmiseración a quienes se contentan con sobrevivir yendo y viniendo a su trabajo continuo. Y no nos damos cuenta de que nuestra vida no es tan diversa de la de ésos sonámbulos, ya que también nosotros cruzamos los mismos caminos sin sacar a la luz lo que somos verdaderamente. También a nosotros nos falta ese grado de concentración que nos permitiría descubrir un mundo en el qué no caben ni evasivas ni mentiras.
Ante la contemplación de un bello paisaje nos sorprende no haberlo visto antes, a pesar de que quizá ya hemos pasado muchas veces por allí. Pero mirábamos con ojos velados, sin buscar la belleza. Deberíamos penetrar de vez en cuando dentro de nosotros mismos a fin de descubrir que, como personas, somos muy superiores y diferentes de nuestros enfados, de nuestros exabruptos; que en nosotros hay algo más valioso que lo que sale al exterior en nuestros golpes de ira.
Tenemos en nuestras manos una luz para conocer lo que en el fondo somos, para descubrir que podemos renacer cada día, a fin de no seguir adormecidos en conceptos inmutables, en viejas costumbres que ya hace tiempo comenzaron a dar ese mal olor de todo lo rancio. C.96
Deja una respuesta