26 de noviembre de 1995.
Alguien definió «el estado de gracia» como un gran acorde. Siento gran pesar al ver que mucha gente considera la música como una tarea inútil en un mundo como el nuestro, lleno de hambre y guerra. ¿Es que sabemos cuándo somos útiles y eficaces? Toda obra bien hecha es parte viva de la creación . Pensemos en todas las estrellas que probablemente nunca llegarán a ser vistas por ningún ojo humano. En los millones de flores y pájaros que nacerán en diferentes puntos del mundo y morirán sin que nadie los haya contemplado ni aspirado su aroma. Su misma existencia canta por sí sola, alaba a Dios por el mero hecho de estar ahí.
En realidad, pocas cosas hay tan útiles en sí mismas como la música. He de confesar que grandes zonas de mi alma han sido construidas por ella. Mozart y Bach me han hecho tanto bien como me hayan podido hacer cualquier pensamiento de santo Tomás o de san Agustín. ¡Cuántas tardes me han devuelto la paz! ¡Cuántas mañanas me han inyectado alegría para llegar al fin de la jornada!
Nada como la música ayuda a lograr el silencio interior. Nada facilita el clima para hablar con Dios, como la música. «Es la puerta de la nostalgia, del paraíso perdido y del cielo esperado». Igual que la poesía, despierta en nosotros la melancolía. Por eso estoy de acuerdo con quien definió el estado de gracia como un acorde. C 95
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