Vivir es brillar

07 de enero de 1996.

No se puede impedir que el día brille. Hasta el escarabajo, con su caparazón irisado, brilla al sol y luce lleno de orgullo, como quien se niega a pasar inadvertido. Me entristece que algunas personas se resignen a sólo sobrevivir, cuando lo ­que importa es vivir. No sólo continuar viviendo, sino entrar en el misterio generoso de la vida, de sus enigmáticos vaivenes, de sus fases de siembra y de recolección. Vivir es crear vida y no sólo mantenerla.

No hace mucho presencié la proyección de una película sobre animales sal­vajes, rodada en África. Cuando concluyó, apenas si podía levantarme de la butaca. Me había dejado exhausta aquella lucha encarnizada por la supervivencia. Cuando la vida se transforma en un terrible impulso dirigi­do a mantenerla y prolongarla sin tener, en cuenta de todo lo demás, sin otra mira que la de no desaparecer, no hay sino lucha cruel. Entonces, la vida se convier­te en un empeño tenaz de supervivencia, sin otra mira ni compensación.

En medio de su agitado frenesí, esa lucha por sobrevivir resulta tan sin sen­tido como el lánguido vegetar del que sobrevive sin tensión, dejando que las cosas fluyan. Como dejando que gire la noria, llenando y vaciando los canjilones de agua indiferente, que suben y bajan ajenos a toda voluntad.

¿Es esto vivir? No, la vida es otra cosa. Es participar y compartir. Es luchar por el propio espacio dejando también a los demás disfrutar de su te­rritorio. Es llegar a los demás con la mano abierta. Es sonreír y alegrarse de que el día brille, de que haya sol y lluvia para todos. C 96

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