9 de febrero de 1997.
Es cierto que vivimos ante una inmensidad de imágenes que constantemente agotan y cansan nuestra vista. Son tantas que, aunque podamos verlas, no podemos mirarlas. Pasan ante nosotros fugazmente sin casi enterarnos. Por eso creo que habría que añadir al Bachillerato dos asignaturas fundamentales: aprender a mirar y aprender a escuchar.
El arte de ver nos lo enseña la misma naturaleza, a los pocos días de haber nacido. Para «ver» basta un ojo y luz. Pero «mirar» es mucho más que quedarse con la silueta externa de las cosas, sin captar la esencia que las define. Mirando una fotografía podremos llegar hasta el alma de una persona, adivinar qué nos quiere decir con sus gestos, con su manera de estar. Captaremos el lenguaje de un árbol en otoño, de una tarde radiante de sol.
Deberíamos vivir así, atentos al mensaje de todo lo que nos rodea, al misterio de las imágenes que sin cesar solicitan nuestra mirada. No son únicamente los poetas, los artistas, los genios, quienes tienen capacidad para utilizar el alma. En modo alguno tienen ellos más alma que los demás. Pero la usan más que la mayoría, pues viven con los ojos y los oídos abiertos, buceando en lo que hay detrás de las apariencias. Por eso tenemos que enseñar a los niños el arte de mirar buscando la esencia de todas las cosas.
Si el ojo no se ejercita en la mirada, finalmente se atrofia. Caminar con los ojos abiertos pero el alma cerrada es como vivir en perpetuo desenfoque. Y el mundo es demasiado hermoso como para que nosotros pasemos a su lado sin fijarnos, como las maletas de los turistas luciendo las etiquetas de ciudades por las que han pasado sin tiempo para conocerlas de nada.C.97
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