Enséñame tu biblioteca y…

28 de enero de 1996.

La compañía de un libro es comparable a un valle donde sale el sol tras un período de fría soledad. Cuando arranca la madrugada, es mi pasión leer o releer a Dickens, volver a Galdós o tratar de entender a Vargas Llosa. «Es una delicia volver a leer los libros leídos, amados como un labrador ama su tierra».

Empecé a leer mucho desde que era una niña y aún me siguen alimentando aquellas lecturas infantiles, pues creo que «la lectura es como la columna ver­tebral de la persona sensible». Supongo que por aquella época apenas me en­teraba de lo que leía. Pero aquellas lecturas forman hoy parte de mí vida. Construimos el alma como si fuera una casa con tantos ladrillos como libros hemos leído. Y no creo que ningún libro me haya hecho daño. No he en­tendido nunca que alguien pueda perder la fe o la alegría por un libro. Si se tiene el corazón sano, no hay lectura peligrosa. Por malo que sea el libro, siempre habrá en él algo aprovechable.

Alguien dijo que los libros famosos son aquellos cuyo argumento podría con­tar cualquiera sin necesidad de haberlos leído, solamente por el simple exa­men del título, por la portada o por las solapas donde se describe escuetamente el argumento y se dan algunos datos sobre el autor. Pero un libro visto, hojeado de cualquier forma, no es un libro leído. No basta para que ese libro deje su huella en el lector. En ese caso ya no será verdad que po­damos definir a una persona por los libros que ha leído. Enséñame tu biblioteca y te diré quién eres.C96

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