24 de mayo de 1998.
El historiador griego Plutarco (46 a 120 d.C.) tuvo relación con las prácticas adivinatorias y extáticas que se llevaban a cabo en Delfos, el santuario donde por un tiempo ejerció como sacerdote. En Delfos, al pie del monte Parnaso, se encontraba el templo de Apolo, el cual trasmitía sus oráculos por medio de la «Pitia», la sacerdotisa. A través del oráculo se ofrecía un consejo o exhortación para superar los males del cuerpo y alcanzar así la curación del alma.
Hoy vivimos la época de las píldoras, los fármacos que lo curan todo o que nosotros creemos que todo pueden curar. Nuestros mayores recurrían a fórmulas mágicas para aliviar el dolor de cabeza, el reumatismo y hasta para lograr la regeneración del cabello. No siempre los resultados respondían a la confianza que se ponía en aquellos remedios. Pero tampoco hoy los remedios maravillosos que se ofrecen hasta en los anuncios callejeros están a la altura de lo que se promete.
Imagino que en el cielo los ángeles se ocupan de fabricar cápsulas curativas para los males que a cada uno nos aquejan. Si es así, yo me acercaría a su botica para conseguir píldoras que remedien de una vez por todas la ignorancia, algún remedio para hacer crecer el ansia de volar hacia mis semejantes y ayudarles a obtener consuelo a sus penas. ¿No tendrán algún elixir mágico para ayudarme a comprender al amigo que se distancia? Al ángel farmacéutico, director de ese establecimiento celestial, le pediría un consejo para quitar o aminorar el dolor por la pérdida del ser amado. Supongo que habrá alguna pomada para reducir la inflamación que produce el fuego del amor no respondido.
Creo que solamente en esa farmacia encontraría alivio para mis inquietudes, para la ansiedad y zozobra en que va navegando mi vida.C.98
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