Una bonita parábola

01 de abril de 1990.

Había una vez un pescador que yendo en su barca siempre solo, se acostumbró a hablar con Dios. Le contaba sus inquietudes, sus alegrías, sus problemas y hasta le decía cómo había sido su pesca, como si de un amigo se tratara. Un día dijo el pescador: “¡Señor, hazme ver que estás conmigo!” Y mientras hacía esta oración, hallaba una gran paz.

De vuelta para su casa un buen día observó que en la arena, junto a sus propias huellas, alguien iba dejando otras a su lado. Esto le hizo pensar que Dios caminaba descalzo cerca de él. Loco de contento, le daba gracias mil veces al comprobar que ya nunca iba a encontrarse solo. Pasó el tiempo y el pescador seguía día a día su faena, hasta que el trabajo comenzó a cansarle porque su labor resultaba infructuosa. No volvió a ver las huellas en la arena que tanto le habían consolado.

Triste y compungido se dirigió a Dios de nuevo, diciéndote: “¡Señor!, ¿dónde estás ahora que no veo tus huellas a mi lado? Has caminado conmigo en los días alegres y ahora que estoy cansado, me abandonas.

-“Mira, amigo -le dijo el Señor-, cuando tú estabas contento porque la pesca se te había dado bien, pudiste ver mis pisadas en la arena, junto a las tuyas. Ahora ya no camino a tu lado porque prefiero llevarte en brazos. Esas huellas profundas, más profundas, son las mías. El peso de tu cansancio las hace más hondas…C.90

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