05 de febrero de 1995.
Planeamos viajes aquí y allá, de un sitio a otro con loco entusiasmo. Pero de todos los viajes que hay, ninguno como el que os voy a proponer hoy. Y no creáis que os saldrá caro. Es de lo más barato.
De todos los viajes que uno tiene obligación de hacer, el más importante es el que nos conduce al interior de nuestro corazón. Se trata de un viaje a la vez corto y larguísimo, fácil y dificilísimo, cómodo ,agradable y con espinas. Pocas simas más profundas y oscuras que las de nuestra propia alma. Por eso la mayoría de nosotros prefiere resbalarse fácilmente por la vida por miedo a descubrir quiénes somos verdaderamente. Íbamos a quedar muy sorprendidos si nos atreviésemos a descender con una linterna hasta el fondo de nuestro interior.
Seamos sinceros. Muchos de nosotros tal vez hemos llegado a los treinta, a los cincuenta años, sin aclararnos quiénes somos y a dónde vamos. ¡Si tuviéramos clara la respuesta a esos interrogantes, qué valor tan distinto daríamos a las horas de nuestra vida! Por desastrada y vacía que pueda parecemos, en toda vida quedan parcelas de verdad, esquirlas de fe o de entusiasmo. Esos son buenos cimientos para reconstruir, porque toda reconstrucción del alma empieza desde dentro, dando nosotros los primeros pasos, fiados de la mano de Dios.
No creo que sea fácil hacer de nuevo un alma. Sabemos que hemos de bajar al fondo de un abismo, dejando en la empresa tiras de nuestra piel. Pero bien vale la pena ese viaje al fondo de nosotros mismos para regresar a la superficie llevando en la mano un buen manojo de fragmentos de nuestra alma que quizá nunca habíamos sospechado que pudieran estar allá dentro.C.95
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