17 de diciembre de 1989.
No sé donde he leído que según repetidos experimentos científicos, un ratón enjaulado al que se le cierran varias veces la salida por la que intenta escapar, termina por rendirse, por arrinconarse y dejarse morir de desesperación, incluso si luego se le deja la puerta abierta por la que hubiera podido salir. El ratón muere por desesperanza, no propiamente por hambre ni por agotamiento.
Este ratón desesperado puede ser símbolo de tantos hombres que un día se cansaron de luchar, se acurrucaron y se negaron a seguir viviendo, seguros de que la vida ya no tenía salida para ellos.
Pero el hombre no es un ratón. Nuestra verdadera grandeza estriba en saber usar la propia terquedad, nunca pueden cerrarse todas las puertas, al menos mientras sigamos vivos. Desanimarse es ceder al animal que llevamos dentro y dejarse vencer por él. Ser persona es precisamente saber que los recursos de lucha de la humanidad son muchos más de lo que imaginamos.
No, la persona humana no es un ratón acobardado. Todo laberinto tiene una puerta de salida y en cualquier circunstancia, incluso en el mayor abandono, hay en nosotros suficiente luz no sólo para sobrevivir, sino también para ser felices y no dejarse morir de desesperanza.C.89
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