01 de diciembre de 1985.
Dicen que la escuela de la vida está en la calle.
Indudablemente esta afirmación tiene mucho de cierta.
En la calle hemos aprendido a guardarnos la mano en el bolsillo cuando un mendigo nos solicita una limosna.
Hemos aprendido a escuchar con indiferencia los problemas del que vive a nuestro lado. Hemos aprendido a mirar sin horror las grandes hecatombes que nos anuncian esas noticias tan escalofriantes de sangre, de terrorismo. Se aprende a vivir cuesta abajo. Siempre es más cómodo que aprender a vivir cuesta arriba.
Por un lado, este hecho está lleno de esperanza y, por el otro, de optimismo. No hay que confundir la una con el otro. Los optimistas tienden a proclamar que el mundo es una maravilla y lo ven todo de color de rosa.
Los esperanzados sabemos que el mundo es de muchos colores y algunos, muy dolorosos.Pensamos que aunque está lejos de ser un paraíso, tenemos suficientes energías humanas y espirituales para transformarlo. Es más fácil que un optimista se dé coscorrones contra cualquier contrariedad. Un esperanzado sabe que al otro lado de ese dolor y de esas lágrimas está la alegría. Sólo al otro lado. Como la Resurrección está tras la muerte. C.85
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