28 de abril de 1985.
Es ahora, en esta época del año, cuando verdaderamente renace la vida.
La tierra ya empapada por la lluvia, da su fruto y los árboles nos regalan la vista con sus hojas tiernas de un verde deslumbrante. Todo el campo estrena flores de diferentes colores y hasta el aire parece otro cuando acaricia nuestro rostro.
Es una vida nueva la que tenemos ante nosotros. Nuestro organismo también se transforma ante este movimiento de la naturaleza despertando del letargo del invierno.
Nuestra alma se despereza y abre sus ojos buscando amor en los demás.
¿Es quizá por no encontrar ese amor por lo que se producen tantos trastornos? Sin duda alguna, el hombre sufre una desilusión tan brutal que se acorta su capacidad de entusiasmo y cae sin remedio en la tristeza. Entonces siente deseo de regresar al letargo del invierno, buscando formas de autodestruirse incluso con una muerte en que engañosamente cree que podrá resolver su desencanto.
¿Qué pasaría si alguna vez el campo no nos diera ya sus frutos, los animales no se emparejaran, las flores no abrieran sus pétalos a los insectos dejando que su polen germine? ¿Qué pasaría si el aire no prestara ya sus caricias?
Entonces sí habría razón para angustiarse ante la desaparición de la vida. Pero mirad ese cielo, aspirad el aroma que os presta el campo para que vuestro corazón se abra y maduren en vosotros los sentimientos sin otra finalidad que la de amar.
Amémonos. No transformemos la vida en muerte. C.85
Deja una respuesta