25 de enero de 1987.
No es que me traiga cansada el andar este camino que ahora recorro.
Me cansa el estar todo el día, hora tras hora, dando vueltas en la misma noria, con las orejeras puestas, contemplando siempre el paisaje que me presentan sólo de frente. Se habla mucho de conservar la naturaleza. Se preocupan de la contaminación del medio ambiente…Me parece maravilloso.
Pero habría que pensar también que nuestras almas padecen agresiones parecidas: la gente habla a gritos, tiene siempre prisa; a diario los periódicos y pantallas televisivas nos llenan el espíritu de residuos y excrementos. Hay quien parece dedicado a talar los árboles de los antiguos valores.
Un espacio verde que se debe reservar en toda vida es el tiempo dedicado a la actividad relajante: la poesía, la música, la pintura…
Otro espacio verde es la amistad. Los viejos recuerdos que provocan la sonrisa, no tienen precio. No hay tiempo mejor ganado que el que se pierde con los amigos... Y no quiero olvidar un magnífico espacio verde del alma, que es la oración.
Os invito a experimentar la contemplación. Algunos momentos de pausa cordial y mental para el encuentro con Dios. Buscar la propia verdad. Pensar quiénes somos, a quién amamos. Quedarse luego en el silencio saboreando esas palabras, dejándolas crecer dentro de nosotros.
Quiero convencerme y convenceros: nuestra alma es, por lo menos, tan digna de ser cuidada como debe serlo el mundo. No será inteligente preocuparnos por el aire que respiran nuestros pulmones y olvidarnos del que alimenta nuestro espíritu.C.87
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