Ternura y desconfianza

Este mes de  Marzo nos ha sorprendido y entristecido con  unos días muy trágicos para dos familias que les han arrancado violentamente y sin explicación a sus hijos para «siempre»: Ha habido momentos de una enorme solidaridad y acompañamiento por parte de amigos, vecinos y muchos otros españoles que han vivido  el gran dolor que esas muertes han ocasionado.

C.30  en Septiembre de  1994 escribió una reflexión refiriéndose a este  tipo de actos criminales que afectan a la humanidad llenándola de ternura y al mismo tiempo tambaleándola de desconfianza

18 de Septiembre de 1994.

Es evidente que el corazón se cansa. Se cansa de amar, se cansa de sufrir, se cansa de mantener los ojos fijos, se cansa del esfuerzo prolongado y continuo que supone alimentar cualquier fuego.

«El corazón no es un atleta». Lo que caracteriza al atleta es su preparación, el entrenamiento continuo sin desfallecer. La proeza es sólo un entretenimiento. La meta es lo que está por venir. Pero nuestro corazón no es un atleta. De vez en cuando, la humanidad se plantea breves puntos de mira voluntarios de amor o compasión. Son por ejemplo, el “día del amor fraterno”, el “’día del hambre”, el “día del padre o de la madre”, el “’día de los enamorados”. Son recordatorios que llaman sin urgencia a nuestro corazón que quizá anda embebido en sus cosas o que simplemente no anda.

Pero hay momentos en que a toda una nación o, incluso, a toda la humanidad las sacude un acontecimiento. Entonces se levanta latente la solidaridad que yace en el fondo de todo corazón, la exigencia de saberse hermanos. Es frecuente que esto suceda alrededor de un dolor ajeno que pudo habernos golpeado a nosotros mismos: un terremoto, un incendio, un odioso asesinato. Es una manera de pagar nuestras defensas, un pretexto para derramarlas lágrimas que, faltas de interés, creemos las más limpias. Ante esos gestos repentinos siento una inmensa ternura y, a la vez, una inmensa desconfianza. Ternura, porque en ellos la humanidad demuestra su infancia insuperable, su anhelo de emociones, su insaciable deseo de sentirse acariciada. Desconfianza, por esa curiosidad de tocarle los labios a la herida, de retratar la angustia de los otros, la melancolía, acaso para complacernos sintiéndonos los protectores y sabiendo que a nosotros no nos ha tocado la tragedia.C.94

 

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