Dios mío

28 de marzo de 1993.

Cuando agitamos rígidamente la mano ante los ojos de alguien, sus párpados pestañean. Si le damos un golpecito en la rodilla, su pierna reacciona con una sacudida. Si le narramos una historia terrorífica, casi como por impulso sus labios exclamarán: ¡Dios mío! Todos los seres vivos poseen ese instinto de clamar pidiendo ayuda, ¿Quién no ha mirado al cielo al encontrarse frente a frente con un peligro, con una amenaza de muerte o simplemente con un misterio superior a lo que normalmente somos capaces de comprender? ¿De dónde procede ese profundo estimulo que se expresa por la boca de todos los seres vivos en momentos de oscuridad? ¿Por qué casi todos nosotros, con mayor o menor fe, ante un desastre o una angustia mayor invocamos a Dios?

Creo que este clamor es una forma de oración. Es un grito que no tendría sentido si efectivamente el mundo estuviera solamente gobernado por las leyes de la naturaleza. Hay en ese instinto un reflejo del mismo poder que ha creado la vida y que sigue mirando a todos los seres creados como obra de su creación. No sólo se ora cuando se pide solución de un problema material. Ni sólo cuando pedimos la solución de urgentes problemas económicos. Ni sólo cuando pedimos el amor que llena de felicidad la vida o cuando pedimos el bien tan necesario de la salud. 

Nuestra oración podría ser así: Oh Dios! dame un número suficiente de días para alcanzar mis metas. Ayúdame a vivir hoy como si fuera mi último día. Hazme perseverar en esta orientación de mi vida de forma que siga un camino más limpio y seguro.C.93

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: