09 de octubre de 1994.
He encontrado en el diccionario la definición de la palabra “tutor”: “Caña o estaca que se clava junto a un arbusto para mantenerlo derecho y dirigirle”. Me ha gustado la definición para aplicarla como símbolo perfecto de lo que los adultos deberían ser para los más jóvenes: el palo que sirve para sostener la planta que está por crecer.
La rama tiene la savia de la vida, que le permitirá progresar con su propio estilo. El palo sólo ayuda a que la rama no se desgaje, no se descarríe, no se tuerza. Poco importa que el palo esté seco, que no valga para nada. Ahí puesto, será decisivo en el futuro del árbol, colaborando en una vida que tal vez ese palo ya no tiene.
Es fastidioso para los adolescentes sentirse dirigidos, pues nada les apasiona tanto como sentirse los verdaderos dueños de sus actos. Pero, más que nunca, necesitan en esa edad la compañía de una persona mayor que les ayude y les comprenda, alguien con quien, al menos, poder desahogarse alguna vez. La realidad se ha puesto tan sumamente complicada para “ellos”, que quién más, quién menos, todos necesitan ese palo que les sostenga en los momentos de cansancio o ante el riesgo de ser torcidos por el viento de las circunstancias.
¿Por qué toleramos que se abra una zanja entre mayores y menos mayores? Puede ser que cada uno vaya a sus cosas y por eso haya pocos que ayuden a los demás a aprender a vivir. Quizás pensamos que es difícil que un joven llegue a realizarse plenamente, si no tiene cerca ese palo o tutor que le sostenga y quizás también los adultos creemos que perdemos la gran ocasión de seguir siendo útiles para algo si no nos imponemos como tarea fundamental ayudar a alguno de los jóvenes que viven a nuestro lado. Comparar a un árbol con un ser humano puede resultar ofensivo para algunos. Pero no olvidéis la sabiduría del refrán: “Desde pequeñito…” C.30
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