El rostro de goma

¿Qué hace que con frecuencia y sin darnos cuenta usemos máscaras para esconder nuestras verdaderas emociones y sentimientos llegando a acostumbrarnos a ocultar quienes somos en ese baile aparentemente de desconocidos? ¿Qué ganamos con ello? Quizás nos da vergüenza mostrarnos tal cual para que nuestra vulnerabilidad no sea descubierta.

El pasado Miércoles 28 de Febrero asistimos a la obra de teatro” Solitudes” de la compañia Kulunka, donde los personajes nos invitaron a vivir una irrepetible experiencia intensa de emociones: soledad, tristeza, desesperanza, impotencia, rabia, culpa, enfado,  a través de distintas máscaras en fusión con sus gestos , con  sus cuerpos en movimiento ,sin palabras , guiados por melodías escritas en multitud de compases.

Y hace 25 años, C.30 escribió en “ El Rostro de goma” su manera de entender el mensaje de las máscaras y las caretas:

28 de febrero de 1993.

Han pasado estos días de carnaval que algunos ven como la ocasión convertirse en algo que quisieran ser todos los días del año. A eso colaboran las tiendas en las que es posible comprar toda clase de caretas, de máscaras con los gestos más disparatados. Desde la carita dulce de Blancanieves hasta el verrugoso rostro de la bruja más repugnante.

Me gustaría comprar la máscara que llaman “de la alegría”, porque no hay nada que más me desconcierte que la gente que parece vivir para la tristeza. Y mucho más me desconcierta la gente que se Imagina también a Dios como el gran entenebrecedor de nuestra existencia. No puede haber verdadera religiosidad que no se refleje como de forma natural en un rostro lleno de alegría. Ya decía Santa Teresa, que de esto sabía un rato, que un santo triste no es más que un triste santo. Los santos deberían ser siempre el más alto testimonio de la dicha y felicidad.

Pero la verdadera alegría no resulta tan fácil y barata como la careta de goma que en estos días pasados alguno se pudo comprar. Hay juergas carnavalescas en las que ni siquiera con la ayuda de una máscara se puede encubrir el ramalazo de tristeza que se lleva en las entrañas y cuando hay que recurrir a ella, la sonrisa resulta cómica o triste, como en una bufonada. Una multitud que grita horas y horas, que se disfraza detrás de kilos de lentejuelas, que arrastra sus pies al ritmo de música estridente, no es necesariamente una multitud de personas alegres. Puede ser que un grupo de amigos hablando en voz baja, riendo sin estrépito, sea en realidad un grupo más feliz.

SI en los próximos carnavales se os ocurre pasar por una de esas tiendas donde venden caretas con los rostros más estrambóticos, buscad al menos una sonriente así cuando os quitéis la máscara, seguiréis manteniendo la misma cara de alegría que es la vuestra de siempre.C.93

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