17 de abril de 1994.
Según relato de Aulo Gelio, Androceles fue un esclavo romano condenado a morir en el circo. El león que soltaron contra él pareció reconocerle y, en vez de atacarle, se puso lamer sus manos. Buscando la razón de aquel comportamiento extraño, resultó que en una ocasión Androceles compadecido del animal le había extraído una dolorosa espina clavada en su zarpa.
Es el episodio que inspiró a Bernard Shaw su drama Androceles y el león. Cuando una persona y un león están animados por un buen corazón, siempre es posible llegar hasta el final tanto en la amistad como en la gratitud. Por muy bondadosos y bien intencionados que seamos, si no tenemos ese impulso activo que nos hace aceptar con humildad las molestias que exige una buena acción, no pasaremos de ser personas simpáticas o agradables. El buen corazón es una especie de halo intangible qué da una característica inconfundible a una persona.
La amistad tropieza frecuentemente con el obstáculo de la incomodidad. Si hago amistad con una persona, es porque en su fondo he captado algo grato o excelente en que confiar, aunque alguna vez deje de mostrarse exteriormente. A un amigo nunca se nos ocurrirá ofenderle ni darle de baja en la lista de amigos, aunque en algún momento se porte de forma menos considerada. También entre los amigos se cuentan esas personas faltas de expresividad hasta aparecer groseras.
¿No significa la amistad una inconmensurable capacidad de perdón? ¿No requiere también esa capacidad de poner freno al resentimiento sin dejarnos envenenar por él? Pobre del que no sepa perdonar las faltas de quienes le rodean. Podrá ser un ciudadano distinguido y hasta simpático. Pero jamás podrá aspirar a que, como el buen amigo de Androceles, se acerque alguien a acariciar sus manos si algún día se encuentra en el foso del circo.C.94
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