02 de octubre de 1994.
Viviré el día de hoy como si fuese el último que me queda en la vida. ¿Qué haré con este día de valor incalculable? Lo primero que haré será no perder ni un momento siquiera lamentándome por las desgracias de ayer, los sufrimientos de ayer, los fracasos de ayer. ¿Puedo vivir de nuevo los errores de ayer y corregirlos? ¿Puedo volverme más joven que ayer? ¿Puedo desdecirme del mal que hablé, del dolor que provoqué? No. El ayer quedó sepultado y no pensaré más en él ¿Qué hacer entonces? No pensaré tampoco en el mañana. ¿A qué atormentarme con problemas que quizá no lleguen a ocurrir?
Mejor vivir este día de mi existencia como si se tratara de un regalo. Este día es todo lo que por ahora tengo. Saludo este amanecer con alegría. Soy una persona afortunada. Las horas de hoy constituyen algo extraordinario, algo que no merezco. ¿Por qué se me concede vivir este día extra, cuando otros, mejores que yo, no han llegado a ver este sol que me deslumbra? ¿No será una nueva oportunidad para convertirme en el ser que yo sé que puedo llegar a ser? ¿Será éste mi día para distinguirme con algo inapreciable?
Voy a cumplir con los deberes que tengo para hoy. Acariciaré a mis hijos porque tal vez mañana ya no los tenga a mi lado. Prestaré ayuda al amigo que lo necesita, porque tal vez mañana ya no reclamará mi apoyo ni yo podré dárselo. Cada minuto de hoy podrá ser más fecundo que las horas de ayer. Mi último día será, deberá ser, mi día mejor. Viviré este día como si fuese el último de mi existencia. Si no lo fuera, mañana caeré nuevamente de rodillas para agradecer a Dios permitirme ver la luz de un nuevo día. C.94
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