Reflexiones de mi Abuela

04 de julio de 1993.

Un hombre se vio sorprendido por la noche en medio de una selva tupida, muy oscura. De pronto vio a lo lejos una sombra terrible que avanzaba hacia donde él estaba. En aquella cerrada oscuridad era imposible echar a correr. Decidió ocultarse detrás de un árbol y esperar, mientras el corazón le latía cada vez más acelerado. De pronto un rayo de luna iluminó el rostro aquella figura que le imponía tanto miedo. Y vio que era el rostro de alguien muy conocido, el rostro de su propio hermano, que venía hacia él con los brazos abiertos. La luz aclaró lo que la sombra oscurecía.

Los fantasmas del bosque tienen un rostro real en la vida de cada día. El hijo que se enfrenta acaloradamente con una decisión de sus padres, muchas veces lucha sólo con un fantasma. Si él lograra explicarse más serenamente  quizá descubriría que en el fondo está pensando lo mismo que sus padres. En las diferencias entre marido y mujer, en las discusiones entre amigos, ocho de cada diez veces todo empieza por una mala interpretación, que hubiera podido ser evitada si se atendiera a las razones más tranquilamente. Dos de cada tres veces nos enzarzamos en amargas disputas porque desconfiamos unos de otros. Imaginamos las intenciones más torcidas detrás de palabras inocentes, pretendemos que los demás modifiquen sus ideas de acuerdo con la medida que arbitrariamente escogemos para nosotros mismos.

Si cuando va a saltar la discusión, tuviéramos serenidad suficiente para diferir por un tiempo la respuesta… Si supiéramos esperar a una ocasión en que con mayor tranquilidad podríamos todos atenernos a razones... Cegado por la oscuridad, el hombre perdido en el bosque se sintió sin razón amenazado. ¿Y si hubiera atacado a quien venía hacia él con los brazos abiertos? C.93.