31 de enero de 1993.
Hay en todo el mundo una gran contaminación. Pero no solamente de gases de automóviles, de humos de chimeneas, de basuras que se queman. También hay una gran contaminación de nervios destemplados, de gritos vociferantes, que son tan irrespirables como los otros desechos contaminantes.
Vivimos con prisa, conversamos discutiendo, casi siempre estamos atenazados por «la angustia y la incertidumbre». Sin saberlo, estamos dejando a nuestra alma desprovista de espacios en los que se pueda respirar limpiamente sin agobio. Es indiscutible que nuestro espíritu necesita un parque, un jardín con fuentes que refresquen el ambiente, un espacio verde en el que pueda desperezarse y descansar de esa gran invasión de cosas que lo contaminan.
Un gran jardín para el alma sería el ocio, pero no el ocio que conduce a la vaguería, sino un ocio creador y constructivo. Un mundo mejor no es aquel en el que consigamos más horas de trabajo, sino aquel en el que con menos horas de esfuerzo se pueda conseguir el mayor número de horas entregadas a hacer con gusto aquello que nos satisface y a la vez nos proporciona relax. Pienso en las artes que relajan. Me refiero a esas formas que tenemos para enriquecer el alma, como es el placer de escuchar música dejándola crecer poco a poco en nosotros, en medio del silencio. También pienso en la dedicación a la pintura. Y en la lectura, ese gran espacio verde en el que tan bien se respira.
La conversación sin prisa con un amigo es otro jardín en el que el murmullo de sus fuentes convierte al ser humano en algo tan sutil y diferente como una rama de acacia sobre un libro… Sí, el alma merece ser cuidada como el mundo. No sería inteligente vivir preocupados porque el aire que respiramos está viciado y olvidarnos del aire que alimenta la savia de nuestro espíritu.C.93
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