02 de mayo de 1993.
Pasan los años como esas nubes arrastradas por el viento que nos entretienen creando formas caprichosas ante los ojos de nuestra imaginación, hasta que de pronto se esfuman como si alguien las borrara con una mano gigantesca. Pero el aniversario tiene algo especial, algo de magia, como si albergara un no sé qué de días perdidos. Como si hubiéramos de vivirlo de punta a punta, avaramente, aterrados de que la mayor parte del tiempo que se nos concede para vivir vaya a parar Dios sabe dónde, a ese lugar en que van a caer tantas horas perdidas, como las horas que cada uno de nosotros va matando a diario.
Nos quejamos de que la vida es corta. Pero no nos damos cuenta de que deberíamos ser “contadores” de nuestras horas, “calibradores” de los minutos como si fueran monedas del alma, sintiendo que cada uno de esos minutos que se va, nos da la ocasión de enriquecemos con él o simplemente de malgastarlo dejándolo pasar. ¡Tenemos tan pocos años para leer, para sonreír, para amar! Resulta incomprensible que podamos deglutir tantas horas muertas ante el televisor, o cazando musarañas o esperando la muerte. Somos como una suma de piedras aburridas, como una masa humana que simplemente dormita o sestea.
Cuando celebramos un aniversario somos conscientes de que el tiempo se nos va de entre las manos, que los hijos se han hecho ya hombres, que casi todo lo que nos rodea se ha convertido en pasado. Entonces nos damos cuenta de que estamos vivos y damos gracias a Dios por permitimos celebrarlo. ¿Nos alcanzará la muerte antes de que veamos nuestra obra terminada? Esta sería la obsesión de Miguel Ángel cuando tenía ocupadas todas las horas del día en completar la obra que llevaba en su imaginación, en su alma de artista.C.93
Deja una respuesta