Dame la mano

10 de mayo de 1992.

¿Quién no tiene miedo al dolor? Pero no creo que sea el dolor lo que generalmente infunde el pánico en nuestra alma. Lo que socava las almas como son socavadas las orillas del río es el miedo. Yo he sentido ese calambre desde hace mucho tiempo. He sentido que el curso de esas aguas nos arrastra, nos remueve las raíces sin dejarnos crecer y nos empuja cada vez más hasta llevarnos a esa “habitación” que es ya el rescoldo de la muerte. Esa habitación en la que las baldosas se levantan un poco y ya no vuelven a encajar en su sitio, como la tierra que una vez removida ya no cabe de nuevo en su hoyo…

Tal vez a mi cuerpo le ocurre lo mismo. ¡Pero qué importa! No importa ahora que estoy de regreso y llevo el equipaje a cuestas. Ahora que estoy cicatrizado, dame la mano hasta que siente horadada tu palma y se vaya colando mi cuerpo por ese sumidero…

Dame la mano en la oscuridad de la noche y en la luz clara del día. Dame la mano en la vejez, aunque tenga las venas engrosadas por la sangre que cada vez se hace más lenta. Dame la mano en los largos paseos del verano, cuando suenan los pasos de los muertos junto a los pasos de los vivos y también en la desolación que no se acaba y en la inocencia que termina. Dame la Mano, sí, dame la mano en la vida y en la muerte, así en la tierra como en el cielo.C92

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