31 de mayo de 1992.
A casi todas las mujeres que son madres se les oye decir muy a menudo que están cansadas. Están cansadas de darlo todo por los maridos y sus hijos. De trabajar en sus casas como si fueran robots. De no encontrar, en cambio, ni agradecimiento ni comprensión y ni siquiera ayuda.
Ya sé que esto no ocurre con todas; pero es verdad que son bastantes las madres que viven con ese agobio y esa sensación de ser explotadas. Es fácil decir que, cuando se ama, todo se sufre con satisfacción. Pero de ese amor de las mujeres que tienen la dicha de tener marido e hijos, se abusa un poco, un poco bastante. Debemos comprender que también la mujer “esclava” de su casa es un ser humano y se cansa como cualquier hijo de vecino.
Al final, casi al final, todos acabamos descubriendo que nuestra madre ha sido lo mejor de nuestras vidas. Y hasta terminamos agradeciéndoles cuanto han hecho por nosotros. Sería bonito que ese agradecimiento no tuviera que esperar hasta la última despedida. C.92
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