30 de septiembre de 1990.
Las personas son tanto menos felices cuanto más creen que la felicidad se encuentra en las cosas difíciles. En realidad las cosas son tanto mejores cuanto más sencillas. La complicación envenena el disfrute de la felicidad. Nos pierde la obsesión por aparentar que somos importantes. Todo lo retorcemos creyéndonos que así destacamos y salimos de la vulgar mediocridad.
Pienso que es exactamente al contrario. Si queremos ponemos adornos y perifollos, es porque somos mediocres. Lo vano es lo enrevesado. Lo sencillo, el ver las cosas como son, el disfrutar de lo pequeño, el querer a la gente sin preguntarse si se lo merece o no, todo eso es lo que va llenando los rincones más escondidos de nuestra alma con verdadera alegría.
Ya lo dijo Jesús: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Si no somos sencillos y no tenemos el corazón dispuesto a la apertura, ni seremos felices ni serviremos para nada. Dios nos mirará sin entendernos, perplejo como quien tiene delante un jeroglífico por resolver.
(C.90)
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