11 de marzo de 1990.
Dentro de lo ilógico y brutal de toda acción terrorista hay gestos que son especialmente viciosos. ¿Qué extraño desvarío mental conduce a una persona a poner una bomba que a la víctima le explote en las manos?
¿Cómo definir justamente la mano, ese instrumento que a la vez golpea y bendice, recibe y da, alimenta, presta juramento, marca la medida, lee para el ciego, habla para el mudo, se tiende al amigo, se yergue contra el adversario, se utiliza como tenaz y como alfabeto? ¿Cómo entrar en la mente de ese terrorista que tan absurdamente la destruye? ¿Quién le mutiló a él el alma antes de pensar en mutilar a otros seres humanos? ¿Habría yo incurrido en locuras semejantes de haber vivido en sus circunstancias? ¿Ha fabricado él mismo ese pozo negro en que vive o ha sido arrojado en él por falta de amor?
En la mitología griega la primera mujer del género humano fue Pandora. Cuando Prometeo arrebató el fuego para entregárselo a los hombres, Zeus, señor del Olimpo, en venganza y como castigo para la humanidad, plasmó una mujer con agua y tierra. Fue llamada Pandora, “la dotada de todos los dones”, ya que cada uno de los dioses le confirió algún don con el que pudiera granjearse el favor de los hombres y labrar la desgracia del género humano. Pandora bajó del Olimpo con una caja que contenía todos los males. Al abrir la caja imprudentemente, hizo que las adversidades se difundieran por toda la tierra. En el fondo de la caja solamente quedó la esperanza.
(C.90)
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