18 de octubre de 1992.
Si metéis un ratón en una jaula y le cerráis varias veces la puerta por donde intenta escapar, acabará por rendirse, por arrinconarse y por dejarse morir desesperado. Morirá así, por desesperación, incluso antes que por hambre o agotamiento. Lo mismo les pasa a quienes un buen día, cansados de luchar, se arrinconan sobre ellos mismos y viven negándose a seguir viviendo, como si la vida ya no tuviera ninguna puerta de escape para ellos.
La verdadera grandeza de nuestra personalidad es poder apoyamos en la perseverancia y vivir con la convicción de que nunca se cierran todas las puertas mientras sigamos en vida. Sé que, como personas llenas de limitaciones, nunca lo podemos todo; pero si nos armamos de cierto coraje, teñido de esperanza, lo podemos casi todo. Desanimarse es ceder como el animal enjaulado. Ser persona es poseer esa espléndida capacidad para llegar muy lejos si utilizamos los inmensos recursos que están a nuestro alcance, siempre mucho mayores de lo que podemos ni imaginar.
Hay gente admirable que encuentra fuerza en las cosas más pequeñas. Pero para quien se siente solo o perseguido por la desgracia, el mejor remedio es salir de sí mismo, al aire libre, a fin de ponerse en contacto con Dios y con la naturaleza. Esto aliviará su pena, por grande que le parezca. Levantad los ojos al cielo sin temor y volveréis a encontrar la razón de una dichosa alegría, pase lo que pase.
¡Cuánto me gustaría decirle todo esto a un amigo que ha perdido la esperanza!… Que nunca podemos sentirnos como ratones acobardados. Que todo laberinto tiene siempre una puerta de salida. Que en cualquier circunstancia, incluso en el mayor abandono, hay en nuestro horizonte luz suficiente no sólo para sobrevivir, sino también para ser inmensamente felices.
(C.92)
Deja una respuesta