08 de marzo de 1992.
A veces, personas no creyentes dicen con toda la seriedad del mundo: “¡Qué fácil os debe ser la vida a los creyentes, ya que no tenéis miedo a la muerte, porque creéis que lo que viene detrás es mejor que esta vida! Y tampoco vivís angustiados, porque estáis seguros de que Alguien desde arriba os sostiene.”
Es así y no es así. Es cierto que Alguien arriba nos ama y ese pensamiento nos tranquiliza. Pero también nos exige doblemente, porque no tenemos derecho a desilusionarle. Es cierto que sabemos dónde vamos y esto nos da vigor en nuestra lucha. Quien brega en medio del mar, posee indiscutiblemente más energías que un náufrago que no cree que haya una orilla en la que se pueda salvar.
El número de brazadas que hemos de dar en medio del mar de la vida es igual para todos. Si uno, confiado en que Alguien le espera en la otra orilla, deja de bracear, se hundirá de todas todas, por mucha fe que tenga. La fe fortalece nuestro empeño, pero no anula los problemas ni el sufrimiento. Hemos de vivir apoyados en una esperanza activa y combatir el aburrimiento de ir arrastrando la fe como un saco que nos ha caído encima.
(C.92)
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