13 de mayo de 1990.
Los griegos y los romanos pintaban siempre a Eros con los ojos vendados para expresar que el amor es ciego. Pero a mí me parece que, al decir esto, se está confundiendo el amor con el enamoramiento. No son lo mismo, aunque puedan coincidir en algún momento de la vida. El enamoramiento, al menos en sus primeras etapas, si que es ciego, porque ve con la pasión más que con los ojos. En cambio, el amor es sereno y curtido; no sólo no es ciego, sino que ve mucho más de lo que se pueda comprender o explicar. Lo verdaderamente importante solamente se ve con el corazón.
En un documental en el que la Madre Teresa salía rodeada de unos pobres niños deformes, se veía cómo se transfiguraban, cuando la anciana religiosa los acariciaba. Y es que la verdad sin amor no es verdad. Resulta una verdad fría y como congelada. Es una verdad hiriente, de aristas afiladas.
¿Qué es lo que hace que, mientras algunos ven lo negro del mundo, otros encuentran siempre razones de esperanza? No depende solamente de los ojos, sino más aún de lo que está detrás de los ojos. A través de nuestra mirada proyectamos lo que llevamos dentro. Vemos lo mismo que nosotros somos. Cuando miramos con amor, somos capaces de transfigurar el mundo. Y sólo entonces vemos la verdad verdadera.
(C.90)
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