Reflexiones de mi Abuela

12 de febrero de 1989.

En el “oficio” de padres se presentan problemas difíciles de resolver. Vemos la necesidad de que nuestro hijo cambie, pero seguramente no hemos tratado de hacerlo diciéndole palabras como éstas: “’Has de tratar de cambiar, por tu propio bien; pero lo importante es que sepas que yo te quiero como eres o como puedas llegar a ser”.

Nadie es capaz de cambiar si no se siente querido. Y temo que esta ingenua norma pedagógica sea desconocida por muchísimas personas. Por eso el primer consejo que me atrevo a dar a padres que luchan por los problemas de sus hijos es éste: De momento quiérele, quiérele ahora más que nunca. No le eches constantemente en cara los defectos que el ya conoce de sobra. Quiérele y confía en él. Hazle comprender que le querrás siempre, con defectos o sin ellos. Que esté seguro de que, haga lo que haga, no perderá tu amor. Esto, lejos de empujarle al mal, le dará fuerza para sentirse persona.

Los reproches continuos solamente multiplicarán la amargura. Es más eficaz que el hijo sienta que sus fallos hacen sufrir a los que le quieren. Y que sepa que sus padres no le pasarán ningún día la factura de ese amor.

Cuando nos cansemos de perdonar -porque también nos cansaremos por mucho que amemos o los hijos-, recordemos que también Dios nos quiere tal como somos y que tiene con nosotros mucha más paciencia que nosotros con los hijos.

(C.89)