14 de junio de 1987.
Todos vivimos en la rutina como amordazados o anestesiados. Podemos estar junto a la “octava maravilla del mundo” sin enterarnos, cuando llevamos a su lado años y años. Las personas que viven junto a un gran monumento, quienes han nacido a su sombra o jugado a sus pies, es posible que rara vez alcen sus ojos hacia las maravillas del arte. Incluso se asombran de los rostros de los visitantes alucinados que por vez primera llegan hasta allí.
Creo que ver una cosa millones de veces no contribuye a agudizar la vista, sino que al contrario la ciega.
La costumbre nos encadena y empobrece. ¿Qué sensación experimentaría la primera mujer el día que le dijeron que había que enterrar a su primer hijo muerto?
La costumbre es necesaria. Igual que no podríamos vivir sin piel, tampoco podríamos vivir sin las costumbres que nos permitan soportar las heridas de la realidad.
No podríamos vivir si fuéramos del todo conscientes de tanta violencia como hay en el mundo o de tanta belleza que late en la vida de cada uno de nosotros.
Pero habría que vivir siempre como si acabáramos de nacer. Vivir en el asombro como seres recién estrenados… Sólo entonces gozaríamos ante el milagro del sabor de la fruta, de la belleza de un paisaje que, ante nuestra casa, ya no contemplamos. Sólo así saborearíamos las maravillas que nos presta la vida.
(C.87)
Deja una respuesta