10 de mayo de 1987.
Ya sé que estas líneas que escribo todas las semanas no dicen nada que no sepáis. Pero caminar y conversar juntos es cosa buena.
He comprobado que la alegría se forma de cosas sencillas. Por eso he querido hablaros siempre de las pequeñas cosas de la vida, tal vez porque suelen ser las más grandes y las más ignoradas. Es grande mi alegría por vivir esta vida y, explicando mi gozo, podré ayudar a otros a descubrir las razones de la suya. Las hay. Las hay, siempre que no se confunda la alegría con un “estar en las nubes”. No quiero entender tanto del gozo que se experimenta porque las cosas van bien, sino del que puede encontrarse a pesar de que las cosas vayan cuesta arriba.
Hay una bienaventuranza que anuncia la felicidad a los pobres, sin prometerles que vayan a dejar de serlo. Igual que se invita a los hambrientos a una “hartura” distinta de la de un suculento banquete.
Quiero hablar de esperanza, no de ilusión. De gozo, no de heroína. De una alegría que brota de un corazón sereno. Ojalá que estas líneas calienten algún corazón. Ojalá sirvan para que alguien recupere la fe en su propia vida y encuentre así su propia alegría.
(C.87)
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