01 de febrero de 1987.
“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
En estos momentos hay en el mundo abiertos ríos de sangre que corren alocadamente, sin que ninguno de nosotros haga lo más mínimo por detenerlos…
Todos hablamos de paz y lo que estamos disfrutando exactamente es una paz llena de guerras. Me parece un soberano sarcasmo.
Todo empieza durante los postres, con esa fruta que se llama discusión.
Cuando dos personas empiezan a acalorarse, si una de las dos no quiere, no existirá riña. Es mejor ceder. Pareciendo ser derrotado, se gana la batalla.
Me gustaría pedir a todos que, antes de comenzar la pelea, paséis por el tamiz de la ironía los motivos por los que vais a “organizarla”. Os parecerán ridículos.
Y descubriréis que la amargura que deja toda polémica tras de sí, es una fruta que no vale la pena probar.
(C.87)
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