¡Los azúcares de la vida!

24 de noviembre de 1985.

Han quedado atrás infancia feliz, padres amantes, juegos que llegaban a absorber nuestro ser, amistades que creíamos iban a durar siempre y amores que guardábamos con secreto en el corazón.

Hemos pasado la pubertad, esa edad que nadie sabe definir, llena de consejos y advertencias, de disparates e ideales, de buenos propósitos y errores consentidos. Poco a poco la madurez ha ido apareciendo en el hombre como un fenómeno natural, durmiendo ambiciones e ilusiones, dejando paso a las sesudas teorías, a las interminables conversaciones y a las fingidas posturas…

Sin querer, nos presentaremos en la senectud, esa etapa de la vida temida por todos, en la que nuestras fuerzas flaquearán, el pulso se hará espeso y el andar irá de un pie a otro tanteando el suelo. ¿Qué recuerdos serán entonces los más apreciados?

Quizá aquel gesto de nuestra madre al cruzarnos el abrigo en un día de frío… O aquel tirón de orejas que entonces creímos inmerecido…

Pero con toda seguridad no habremos olvidado ni uno de los rostros que nos quisieron y nos enseñaron a ser felices, poniendo en nuestra vida esa pizca de dulzor…

(C.85)

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