15 de mayo de 1983
La Biblia hace sentir a muchos cierto remordimiento. Desearíamos haberla leído, pero siempre encontramos toda clase de excusas, más o menos válidas, para no haberlo hecho.
Para empezar, solo ver el grueso y pesado tomo nos quita el ánimo. Pero además, no solo presenta un aspecto aburrido, sino que tiene partes realmente aburridas: a veces da la impresión que está siempre repitiendo las mismas cosas; a veces, como en el libro del Éxodo, nos encontramos con largos capítulos que contienen instrucciones minuciosas sobre asuntos simplemente curiosos como los materiales y adornos del templo; en general nos parece un libro complejo en el que se mezcla todo: poesía, leyes, mitos, historia e histeria…
Y sin embargo…
Sin embargo, por hablar de todo es un libro que quiere hablar de la vida y de las personas que pueden ser al tiempo creyentes e incrédulas, inocentes y culpables, esperanzadas y desesperadas. En una palabra, es un libro que habla de nosotros.
Pongamos la Biblia sobre las rodillas, dejemos que se abra y leamos la página que quede a la vista. Si no encuentras algo para ti, deja que se abra en otra página. Si miramos a una ventana solo veremos el polvo o quizá alguna raya en el cristal. Pero si miramos por la ventana, veremos el mundo que está más allá de nuestras cuatro paredes.
Algo semejante ocurre a quienes ven la Biblia como un mamotreto imposible de leer y a los que ven en ella la palabra de Dios, la palabra que nos habla de las profundidades de un pasado inimaginable y que así nos ayuda a llegar al fondo de nuestros mismos corazones.
(C.83)
Muy sensible y acertada reflexion. Sigamos el ejemplo y miremos con insistencia «por la ventana·» Nos daremos cuenta que hay mucho que mirar y reflexionar sobre lo que estamos mirando.
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