30 de octubre de 1977
¿Por qué es tan grande actualmente el resentimiento entre los padres y sus hijos adolescentes? Son muchos los padres que sienten que sus hijos se alejan de ellos: ¿por qué se muestran tan desagradecidos, tan desdeñosos respecto de los valores morales de los mayores?
Creo que en el fondo de este distanciamiento existe un grado de inconfesado temor. Los padres temen que sus hijos no sean capaces de colmar las esperanzas que han puesto en ellos. Quizá experimenten también una cierta envidia. Los adolescentes disfrutan hoy de más tiempo libre, de mayor libertad que los hoy adultos tuvieron en su tiempo.
El distanciamiento proviene también en parte de nuestra negativa a permitir que los jóvenes hagan las cosas a su manera, de modo que, aun a costa de cometer algunos errores, vayan al fin aprendiendo por ellos mismos. Así, por ejemplo, un padre está tratando de enseñarle a su hijo como construir una jardinera. El chico maneja con torpeza la sierra. Su padre se impacienta. –“A ver, dame la sierra”, le dice. El padre ejecuta el trabajo con mayor rapidez y habilidad. Pronto la jardinera quedará lista y solo faltará pintarla. Pero, ¿dónde está el muchacho? Se ha ido a casa de un amigo. La jardinera ha dejado de interesarle porque no ha tomado parte en su construcción.
Es cierto que los jóvenes son a veces muy cargantes y entonces es normal que los adultos reaccionen con impaciencia o con disgusto. Pero ¿hay normas sacadas de la experiencia que puedan calmar la irritación de los adultos ente la conducta de los hijos adolescentes? Al menos negativamente, podemos señalar seis “noes”:
1.- No dejemos que nos hundan esas diferencias familiares. Dialogar, aunque sea a voces, es preferible a la indiferencia o al silencio.
2.- No echemos toda la culpa a la libertad de costumbres. Daríamos la impresión de creer que e l remedio está en el autoritarismo, la ley y el orden. E l excesivo rigor empuja al joven al enfrentamiento radical.
3.- No temamos mostramos tal cual somos. Ellos esperan que seamos leales con nuestras propias normas.
4.- No consideremos una fase pasajera de la personalidad como un problema irresoluble. Las charlas amistosas entre padres e hijos pueden interrumpirse de pronto, sin saber por qué, pero el silencio no durará eternamente.
5.- No permitamos que nos abrume el sentimiento de nuestra incapacidad como padres. “¿Estaré afrontando esta situación debidamente?” Mientras reaccionemos así, activamente, a las dificultades, estaremos más cerca de encontrar la solución.
6.- No cerremos nunca la puerta a nuestros hijos, aunque a veces nos sintamos tentados a hacerlo. Es fácil -y muy humano- reaccionar con ira ante un caso difícil. Pero el “caso difícil” es el que más necesidad tiene de nuestra paciencia.
Si meditamos y dialogamos conjuntamente sobre este problema de nuestras relaciones con los hijos, tal vez conseguiremos que viejos y jóvenes convivan más libremente y dejen de ser pesadilla los unos para los otros.
(C.77)
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